sábado, 30 de abril de 2016

Oxalis
articulata y conorrhiza

Cada estación tiene lo suyo, y es apasionante descubrirlo.
Tal vez haya sido porque, al llover tanto, no se podía cortar el pasto. 
O será que se me va haciendo la vista a lo más natural...
 
La cosa es que, si bien la humilde florcita del oxtalis siempre me había caído simpática, nunca la había visto en todo el esplendor que la vi en estas semanas.
 
Primero descubrí la que más conocía, la articulata, que es la de flor lila. La vi de casualidad en el jardín de casa, debajo del ciruelo. Me llamó la atención el color de las florcitas. Me acerqué y ahí vi cómo vivía en feliz comunión con la grama bahiana.
Sabiendo que era nativa (me acordaba haber visto su nombre en la lista), y recordando también haberla visto en el terreno antes de empezar la obra, se me ocurrió hacer plantines:
Al levantarla vi cómo eran sus raíces. Y me sorprendió que, en vez de raíces comunes, había un bulbito chiquito:
Me entusiasmé y, como era fácil la tarea, preparé varias bandejitas
Unos días después, caminando con Helen después de la lluvia, me encontré con otra sorpresa: la oxtalis variedad conorrhiza, que es amarilla.
Había por todas partes!!
Así que, otra vez, a preparar plantines. Esta vez, amarillos.
Tanto las hojas de las oxtalis lila como las de las amarillas, tienen forma de trébol. Sólo que las hojas de las amarillas son bastante más chiquitas.
Las flores, en cambio, son más o menos del mismo tamaño. Aunque por ahí, las flores lilas tengan el tallo un poquito más largo...




 
Otoño

Calentamiento global, cambio climático, lluvias fuera de cauce. Todo eso sí, las diferencias son perceptibles.
Sin embargo, algo permanece intacto, y es el calendario.

El 21 de marzo marcó el comienzo del otoño, y a partir de ese día, el jardín entero se declaró en declinación. No importaron las nuevas tendencias, el calendario decía que empezaba el otoño, y empezó nomás.

En enero Gabriel me había recomendado producir todo lo que pudiera antes de que llegara el otoño. La voz de la experiencia.

En su momento tomé el consejo como razonable, y también me venía bien porque estaba de vacaciones, con bastante tiempo disponible.
Pero no imaginé la importancia de preparar todo lo que se pudiera antes de que llegara el otoño y decretara: "el jardín se detiene hasta nuevo aviso".

Así que en estas semanas, también agravado por las intensas lluvias, no hay mucho por destacar. O sí.

Las chilcas vienen muy bien, el teucrium nativo sigue creciendo feliz, y las salvias guaraníticas sobreviven.
Las gramíneas, en cambio, no sólo dejaron de crecer sino casi..., dejaron de ser...
Por las dudas, ahí las dejo, todas enmacetaditas, en fila, esperando alguna posibilidad de resurrección...
Cruzo los dedos...

miércoles, 13 de abril de 2016

Reflexionando un poco...

Semanas lluviosas, poco para hacer en el jardín más que esperar que todo siga creciendo.

Tiempo entonces propicio para un poco de reflexión.

Cuando cuento del proyecto, cuando lo visitamos con familiares, amigos y allegados, es invariable la expresión casi de espanto en la mirada. Sin decir mucho, todos esos ojos expresan tanto.

"¿Y no vas a tener humedad en los techos?"
Probablemente sí.

"Esa planta es horrible. Esa no la vas a poner."
A mí también esa planta me parecía fea y abichada, pero la descubrí, la conocí, y ahora la quiero, y la quiero para mi jardín.

Otros optan por el silencio prudente, con un "qué bárbaro!" de compromiso. Donde el "bárbaro" probablemente exprese lo que están sintiendo: un disparate, una locura, un derroche de recursos, un capricho adolescente.

Soy consciente de todo esto, e incluso comparto muchas de las inquietudes.
Entonces, ¿por qué lo hago?

Siempre me preocupó el cuidado de los recursos. Cuando estaba en la facultad, en la década del 70, empezaba el tema de la ecología y me atraía un montón. Intuía que el futuro seguramente iba a ir en esa dirección.

Esa inquietud la fui cultivando en muy pequeña escala, en el ámbito doméstico. Primero con casi vergüenza por tener comportamientos atípicos. Pero de a poco, la vergüenza se fue cansando de estar escondida. Es así como, cualquiera que toma mate en casa, abre el freezer con toda naturalidad, porque sabe que la yerba va para las lombrices.

Hoy, cada vez que subo al techo de MeMo y veo las miles de tejas de los techos de la zona, algo me impacta. Es como si tomara conciencia concreta del calentamiento global. Es una sensación ineludible, que me pega fuerte.

¿Qué pasaría si todo ese mar rojizo se convirtiera de repente en verde? ¡Ah!, ¡qué alivio!, ¡qué frescura!

Me viene a la memoria un dibujito que vi una vez de algún arquitecto famoso. Podría ser Mies van der Rohe, pero no estoy segura.
En ese dibujo, hipersimple, este arquitecto demostraba cómo, un espacio verde devolvía al ambiente el verde que la construcción le sustraía.
Hacía un rectágulo verde, representando un terreno.
Aparecía una construcción, entonces sobre el terreno se elevaba un cubo, representando algo construído.
Si el techo de esa construcción era de tejas, chapa, baldosas, le habíamos quitado un montón de metros cuadrados de verde al ambiente.
Pero si el techo era verde, devolvíamos al ambiente lo que la construcción le había sacado.

Seguramente con MeMo incurramos en montones de errores.
Seguramente esos errores sean caros. Los recursos son limitados y de uso alternativo.
Lo sé.

Si permanezco en el proyecto es porque tengo no sólo la esperanza sino la convicción de que estamos haciendo un aporte importante al bien común.
En el futuro habrá mejores soluciones. Obviamente.
Pero la única forma de alcanzar esas soluciones, es ensayando alternativas hoy, que serán los antecedentes de las mejores respuestas de mañana.

Con nuestros errores vamos a aprender mucho. Y la buena noticia es todas las posibilidades que surgirán mañana a partir de esos errores.

Esto es un poco lo que me entusiasma de nuestro proyecto. Todo lo que, aún con sus imperfecciones, tiene y tendrá para dar.
Que así sea.


sábado, 2 de abril de 2016

Austroeupatorium inulifolium

Hoy, al salir de mi nuevo programa favorito de sábado a la mañana, que es la visita al vivero de la reserva de Acassuso, ya llegando a la vereda vi unas plantas llenas de florcitas blancas, muy lindas.

Ya me siento experta en nativas, por eso, tiré al pasar un comentario canchero: "cedrón del monte, no?", jugándome todo a que eran cedrones en flor.

"No", me contestó Gastón. "¿No?", me pregunté. ¿Cómo podía ser, si hace unas semanas, en ese mismo rincón había visto unas florcitas blancas y eran cedrón del monte?

Obviamente pregunté qué eran entonces, si es que no eran cedrón.
"Austroeupatorium inulifolium". Ah, bue!!, ¡qué nombre!
Sin embargo, no me era desconocido. Aunque no podía repetir ese nombre, sí lo tenía re-visto de las listas de Gabriel y del vivero de la reserva.

Me quedé pensando un momento cómo todavía no había reparado en esa planta tan linda, y ahí nomás, le dije que me llevaba unas. Decididamente quería tenerlas en mi jardín.

Al llegar a casa, les saqué unas fotos

Y acto seguido me fui a fijar cómo se multiplicaban, para poner manos a la obra.
Y muy gracioso. Esas austroe... no eran más que las chilcas de olor!! Lo que pasaba es que, aunque ya había conseguido algunas, nunca las había visto en flor.

Me podría haber desilusionado, pero no. En realidad me encantó ver qué linda era la simple chilca, cuando estaba en flor.

Pavonia sepium

Como voy aprendiendo, la pavonia se multiplica por semillas.
Por eso, ni bien aparecieron las primeras florcitas amarillas en las 2 pavonias que tengo, las junté para conseguir semillas.
Esperé a que se marchitaran un poquito, y ahí las recogí, buscando sus valiosas semillas.
A simple vista no las vi, por eso, me esmeré e insistí en mi búsqueda, sabiendo que en muchas plantas las semillas son diminutas.
Pero en mis pavonias, más que diminutas, eran inexistentes.

A medida que pasaban los días, volví a probar con las flores que seguían saliendo, pero con el mismo resultado: ninguna semilla.

Entonces, aprovechando un intercambio de mails con Gabriel, le comenté lo que me pasaba. Y me respondió, con términos muy botánicos que no puedo recordar, que en las pavonias las semillas no estaban en esas florcitas amarillas. Que después no me acuerdo qué pasaba, pero aparecían las semillas.

Una vez más, cuestión de paciencia. Voy comprobando que en un jardín, la paciencia es algo elemental. Como en la vida...

Empezaron a aparecer entonces unos palitos como con una estrellita en la punta.
Esperando que esas fueran las ansiadas semillas, las empecé a juntar.
Se veían así:
Y no sé cómo, de repente esas "estrellitas" se desarmaban en semillas.
Ahí estuve segura que esas sí eran las semillas, porque tenían unos pelitos pegajosos, muy del tipo de las semillas de las escabiosas, semillas muy familiares para mí.

Acá se ve la diferencia entre las semillas y una florcita de pavonia seca, dentro de la cual no hay ninguna semilla.
La naturaleza tiene cosas raras...
La historia no termina acá. Porque por más que juntaba esos palitos con estrellita, algunos venían como vacíos. No sé si era porque eran los primeros en aparecer o por qué.

Hasta que un día que salí al jardín con un saquito tejido, al entrar me vi las mangas así
Tenía todo el saco con semillas pegadas. Hasta tenía semillas enredadas en el pelo!! Cómo pasó eso, no tengo idea. Pero a partir de ese momento, empezó mi cosecha de semillas de pavonia, con bastante éxito. Tanto que ya están germinando!





Trabajo de escritorio

Ayer, tarde de lluvia, no sale trabajo de campo.
Sale trabajo de escritorio. Con los planos, viendo cómo se van completando los canteros, cuáles están listos, qué variedades faltan...

Estudiando la lista maestra, esas páginas donde se guardan todos los secretos...